martes, 7 de mayo de 2013

Vida a bordo del Santísima trinidad IV

El agua dulce se embarcaba en cada escala, conocida como aguadas, pero su conservación resultaba también muy difícil y pronto se contaminaba. El suministro de alcohol sustituía la carencia del preciado líquido y contri­buía a elevar las calorías de la dieta diaria. Cada hombre consumía un litro de vino al día,
utilizado para calmar la sed producida por los alimentos salados; en él también se mojaban los duros bizcochos que exigían de mandí­bulas bien dotadas, algo de que carecía la casi totalidad de los hombres, muchos afectados por el escorbuto. El ron se tenía como la bebida más preciada; además de la ración servida con cada comida, era utilizado por los altos oficiales para recompensar una buena acción de sus hombres en combate o mitigar como anestésico el sufri­miento de un convaleciente.
En el interior de los botes se colocaban las jaulas de las aves de corral, que no sólo proveían la cocina del bajel con carne, sino también de huevos, recolectados por el ayudante del cocinero en las mañanas. En la bodega se embarcaba el resto de los animales vivos: cerdos, bueyes y cabras; estas últimas también proporcionaban leche. Por lo general el destino de estos ejemplares eran las suculentas cenas de alimentos frescos para los banquetes de la oficialidad, la cual desembolsaba importantes sumas de dinero en la compra de los animales antes de zarpar.
En cambio, la mala alimentación destinada a los ran­chos, carente de vitaminas y en mal estado de conserva­ción, provocaba tal desnutrición en los hombres, que, añadida a las enfermedades por la falta de higiene, causa­ban similares estragos en bajas a los de un combate naval. Esto conllevó al establecimiento obligatorio de asisten­cia médica cada dos semanas para todos los tripulantes. El principal azote lo constituía el escorbuto, conocido como la «peste del mar», enfermedad ocasionada por la falta de ingestión de frutas frescas y, por consiguien­te, la carencia de vitamina C. Otras patologías estaban relacionadas con trastornos gastrointestinales debido al consumo constante de los alimentos salados o el tifus provocado por la contaminación del agua.
Aunque se les atribuye a los británicos el descubri­miento de la eficacia del zumo cítrico para combatir el escorbuto, lo cierto es que los chinos desde mucho antes lo concentraban para su consumo en las largas travesías que hacían los ejércitos imperiales. La Royal Navy, ante la negativa de los marinos a consumir el extracto de li­món, implementó su uso en combinación con el ron, lo que le otorgaba un sabor más atractivo al paladar de la marinería; lamentablemente los bajeles españoles tarda­ron mucho en adoptar dicho remedio.