miércoles, 27 de marzo de 2013

Vida a bordo del Santísima trinidad III

La ingesta de alimentos se desarrollaba también en­tre los cañones. En su convivencia diaria a bordo del navío, los hombres que compartían un mismo lugar de procedencia establecían fraternidades denominadas ran­chos, que no excedían los diez miembros. Cada rancho era reconocido con el nombre de un líder que se elegía de manera
democrática en su seno. A pesar de la mala calidad de los alimentos que día a día se servían en las escudillas de madera a cada tripulante, muchos de ellos se enrolaban en las sucesivas levas con el fin de eludir procesos judiciales o precisamente para garantizar un bocado de comida, pues la situación en la España de la época resultaba en extremo precaria. El cocinero y sus asistentes, por lo general, solían ser marinos lisiados en combate o veteranos acostumbrados a la vida en el mar. El ranchador debía bajar a la bodega hasta el almacén de víveres, donde se extraía de los toneles la bebida en cubos. En el pañol de elaboración de alimentos, ubicado en el sollado, el carnicero cortaba y pesaba las raciones de carne, que entregaba al responsable de cada rancho. Éstas se distribuían marcadas por una chapilla con el nombre de cada ranchador, quien era el encargado de conducirlas a la cocina para su cocción en las enormes calderas de cobre revestidas de cerámica, y su posterior repartición en el grupo. El procedimiento ocurría de manera equi­tativa; no había cabida para privilegios ni preferencias, ya que el jefe se viraba de espaldas al repartir la comida a sus hombres con el fin de no beneficiar a ninguno de ellos con una proporción mayor.
Un factor que catalizaba la descomposición de los alimentos era su ubicación cercana a la parte más baja del navío, donde se acumulaban los desechos humanos y animales, conocida como sentina. Los hombres, antes de bajar a la caja de bombas, hacían descender una vela atada a un cordel. Si se apagaba, significaba la carencia total de oxígeno; de mantenerse encendida, indicaba la posibilidad de no perecer por asfixia. El queso, por ejemplo, alcan­zaba una solidez tal, que los marinos imposibilitados de ingerirlo, tallaban en él botones para sus camisas.