domingo, 17 de marzo de 2013

Vida a bordo del Santísima Trinidad II

Los retretes del alto mando del navío, llamados jar­dines o leoneras, se extendían bajo el espejo de popa, mientras los de la dotación, denominados beques, esta­ban al aire libre a proa, cerca de la roda, a ambas bandas de la fogonadura del bauprés, y consistían en simples tablas con un orificio. La intemperie propiciaba poca intimidad a la marinería,
sin contar que durante el mal tiempo resultaba imposible no exponerse a ser llevado por una ola o caer al mar ante la inestabilidad del bajel. Estas circunstancias repercutían en las desfavorables condiciones higiénicas a bordo del «Escorial de los Mares», pues los hombres hacían sus necesidades en baldes que posteriormente vertían al mar, o en el inte­rior de las cubiertas con su posterior paso a los canales de drenaje hacia la sentina. El aseo se veía imposibilitado de cumplimentarse a cabalidad dada la escasez de agua dulce, destinada con ri­gurosidad para bebidas y elaboración de las comidas. La tripulación rehusaba bañarse y lavar su ropa con agua de mar, por lo que aguardaban varias jornadas en espera de la lluvia, la cual era recolectada en recipientes colocados sobre cubierta. La precariedad de la limpieza corporal conllevó al establecimiento obligatorio de peinarse to­das las mañanas con el objetivo de eliminar múltiples parásitos que invadían sus cabellos; además se afeitaban y cambiaban de ropa una vez por semana, aspectos que no se cumplían con rigurosidad.
A la caída de la tarde del 6 de octubre, los hombres a bordo del Santísima Trinidad se alistaban para ce­nar. La comida debía ser aprovechada pues se ignoraba cuándo estallaría la confrontación naval, que podía du­rar toda una jornada, incluso podía ser la última en sus vidas. La guarnición y la tripulación, por separado —la primera situada a popa del mayor y la segunda hacia proa—, disponían de una hora para alimentarse, esta­blecida al medio día y a las cinco de la tarde por orde­nanza de marinería y celosamente velada por los relojes de arena. A cada día correspondía una ración diferente, alta en calorías en compensación al gasto energético sufrido por los hombres, sometidos a arduas labores. Las comidas se elaboraban empleando carne salada o tocino, bacalao, aceite, vinagre, queso... acompañadas con bizcocho, vino, ron, agua y sal. A los convalecien­tes en la enfermería se les llevaba una ración especial conformada por bizcocho, gallina y carnero.